La calle sin nombre

Vivo más allá del atardecer, en la puerta sin puerta, de la calle sin nombre. 
(Francisco Javier Ajo Chaparro)

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Aunque mis musas llevan bastantes días sin aparecer por aquí hoy voy a arriesgarme a escribir algo, aunque sea un rotundo fracaso. Ayer, o antes de ayer (tengo mala memoria últimamente) salí a dar una vuelta por el centro, y empecé a callejear por una de esas callejuelas que sabes que están ahí pero por la que nunca has pisado, no se sabe muy bien por qué. De hecho, el National Geographic podría hacer un estudio. Son travesías que siempre residen ahí, pero que difícilmente puedes localizar en un mapa y que cuando quieres encontrarlas no aparecen nunca. 

Pues bien, curiosamente para mí esos son los mejores sitios (cuando consigues encontrarlos) son rúas sin ruido, edificios viejos y silenciosos, por donde no hay un alma y donde de repente te preocupa la idea (si bien estúpida) de que estás totalmente solo. Si a eso le ponemos de telón de fondo un poco de niebla, es la estampa perfecta para pasear o sentarse. No sé muy bien cómo explicarlo, pero estos pequeños paseos son el secreto mejor guardado de las ciudades. Son el mejor lugar para esconderte cuando pretendes no ser visto, algo que, tristemente, es imposible en un mundo tan sumamente lleno.

No es que la gente me cause pánico, para nada, pero odio los quiero-y-no-puedo de desaparecer un buen rato y que nadie pregunte por mi. Sin embargo vais descubriendo, poco a poco mis gustos, y al final no me quedará más remedio que daros la bienvenida a la calle sin nombre. Lo cierto es que no hay mucho, algún farol viejo, un empedrado añejo y, eso si, un irresistible aroma a los años veinte. Confiad en mi una vez más y dad una oportunidad a esas viejas calles que nadie recuerda y quizás encontréis el lugar más fascinante que hayáis contemplado. La elección, como siempre, es vuestra.  

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